Historia de la Revolución Cantonal
Bandera usada durante la I República | Propuesta de bandera de la Junta Federal | Bandera del Cantón de Cartagena |
Antonio Gálvez Arce | Alegoría de la I República |
Moneda del Cantón de Cartagena |
REVOLUCIÓN CANTONAL
(12 de Julio de 1873 al 12 de enero de 1874)
En el siglo XIX, la Constitución de 1.812 La Pepa, fue acogida con entusiasmo, en aquellos años tenía la ciudad alrededor de 22.000 habitantes.
La ciudad fue uno de los pocos núcleos que se libró de la ocupación francesa.
Cartagena fue la única ciudad de la Región donde ya en este siglo existían proletarios propiamente dichos y organizaciones obreras.
En la segunda mitad del siglo XIX se declara el Cantón, independiente, romántico y federalista en contra del Gobierno Central de la I República, para salvar a la República Federal en un período de seis meses de autogobierno bajo el mandato de Antonete Gálvez, desde julio de 1.873 hasta enero de 1.874.
Hubo intensos bombardeos que dañaron diversas zonas de la ciudad, así como numerosas casas, lo cual propició la entrada de nuevos estilos arquitectónicos, pasando del Neoclasicismo al Modernismo, el cual incorporó nuevos materiales de construcción como son: hierro, hormigón, vidrio, etc., que permitieron solucionar muchos problemas arquitectónicos de la época.
El Cantón de Cartagena fue un ente de naturaleza nacional que mantuvo su independencia de de la República centralista española durante seis meses entre 1873 y 1874. Surgió debido a la enérgica repulsa al régimen unitario de la Primera República y al envío de jóvenes a las guerras coloniales que mantenía España, como la de Cuba de 1868.
Epopeya, peripecia o una increíble sublevación que duro 185 días y convirtió a la ciudad de Cartagena en el centro de atención mundial, una Revolución con tintes románticos que concentro en esta plaza fuerte a una serie de individuos que protagonizaron unas de las mas intensas paginas de la convulsa historia de la España de esa época. Cartagena se declararía cantón, y con ello pretendía convertirse en una unidad independiente ligada a la colectividad federal española, eran las cinco de la mañana de un 12 de julio de 1.873.
El proyecto de constitución federal de los federalistas proponía una idea de España articulada en 17 estados federados, Cuba y Puerto Rico incluidos. Mientras en las Cortes se discute el proyecto, el 12 de julio de 1873 estalla la insurrección en Cartagena, apoyada por la numerosa clase media de comerciantes y artesanos que vivía en la ciudad, propicios al federalismo a ultranza, más los descontentos por el asentamiento de la capitalidad de la provincia en Murcia. Federales toman el ayuntamiento y nombran una junta revolucionaria, apoderándose del arsenal y del puerto, donde estaba estacionada la mayoría de la flota española, la cual se une a la sublevación. El día siguiente se proclama el Cantón Independiente de Cartagena. En medio del levantamiento cantonal, el proyecto de constitución es rechazado por las Cortes y el presidente Pi i Margall tiene que dimitir, acusado de complicidad.
El Cantón de Cartagena (12 de julio de 1873), bien pertrechado gracias a las armas del arsenal y a la posesión de la flota, acuñará moneda propia (como el “duro cantonal”, que en el anverso llevaba la leyenda Cartagena sitiada por los centralistas, septiembre 1873 y en el reverso Revolución Cantonal, cinco pesetas) y resistirá los ataques de las tropas del gobierno, llegando incluso a diseñar planes educativos que nunca se llevarían a cabo. El líder del Cantón de Cartagena sería el murciano Antonete Gálvez (Antón Gálvez Arce), militar progresista de origen humilde que entonces era diputado a Cortes por la provincia de Murcia. En Cartagena, durante el período Cantonal, se decretó el divorcio, se derogó la pena de muerte y llegó a acuñarse moneda cantonal.
Fueron muchas las ciudades que en el año 1873 se constituyeron en cantones para exigir la República Federal en España. Cartagena se proclamó Cantón Independiente el 12 de julio de 1873, contó desde un principio con el apoyo de las fuerzas militares de la zona, y con un gran número de fragatas de su base naval, lo que le permitió resistir los ataques del ejercito sitiador hasta enero de 1874.
Después de seis meses de asedio de Cartagena, y cuando la Primera República ha sido sustituida por un gobierno provisional al mando del general Serrano, Madrid impuso la ley del más fuerte y tras un duro y largo asedio, el epopéyico movimiento cantonal acabó siendo derrotado, el general López Domínguez consigue la rendición de la plaza (12 de enero de 1874), lo que supuso la condena a muerte de los rebeldes o su exilio, generalmente a Argelia
Se acuñó moneda propia para sufragar y sostener los gastos derivados de la revolución. Se decretó una amnistía para todos los falsarios que cumplían condena en el penal de Cartagena, si cooperaban en la elaboración de los cuños y la acuñación de las piezas. Toda la plata que se conseguía, procedente de las minas de Mazarrón y de objetos de plata que se pudo incautar, era fundida, laminada y preparada para la acuñación. La ley se elevó a 925 milésimas, 25 más que las oficiales y los cospeles se prepararon con una mayor dimensión que los normales del mismo valor facial, las monedas tuvieron un peso superior, entre 26 y 28 gramos, por encima de los 25 gramos, que era el peso oficial para los duros. El peso de las monedas de 10 reales estaba entre 13 y 14 gramos. Las monedas se acuñaron en el Arsenal de Cartagena y se utilizó las máquinas de estampación para útiles de barcos.
Las monedas de plata de cinco pesetas (el duro) y de diez reales (medio duro), no llevan figura alguna y si sólo las inscripciones:
A/ En tres líneas: roseta – SETIEMBRE – 1873, y leyenda: CARTAGENA SITIADA POR LOS CENTRALISTAS.
R/ En dos líneas: roseta – CANTONAL, y leyenda: REVOLUCIÓN DIEZ REALES o CINCO PESETAS.
Los cantonales organizaron espediciones por tierra y mar para extender la revolución cantonal pero, finalmente, la ciudad fue ocupada por el general Martínez Campos, tras un intuenso asedio.
PROCLAMACIÓN
CARTAGENEROS: Los que por voluntad de la mayoría del pueblo republicano de esta localidad, hemos constituido la Junta de Salud Pública de la misma, tenemos el deber imprescindible de hacer una declaración categórica de nuestras miras, de nuestros principios y de los intereses que defendemos y que tratamos de resguardar para bien de la República y para la salvación de la Patria. Proclamda como forma de Gobierno para España la República Federal, el pueblo republicano en su inmensa mayoría reclamaba, como imperiosamente exigían las circunstancias, que se organizase la federación estableciendo inmediatamente la división regional, de los cantonales y dando a estos y al municipio la autoridad suspirada de tanto tiempo, proclamando la ilegislabilidad de todos los derechos inherentes a la personalidad humana, y todas en no cuantas ideas y principios han sido escritos de siempre en que tantos mártires cuenta, bajo su sombra caídos al hierro y fuego de la implacable tiranía.
“Pero el pueblo, ansiosísimo de estas reformas, sediento de esta redención tan deseada, veía prolongarse indefinidamente sus momentos de agonía, veía amenazada la República de un golpe de muerte, y no veía en el Gobierno ni en la Cámara Constituyente una predisposición positiva para la inmediata ejecución de estas reformas, y cree que sin ellas, sin su instalación, se perderá irremisiblemente el corto terreno adelantado, y negando el país a sus gobernantes una confianza que acaso pudiera no merecerle, se perdería indudablemente para muchísimos años la libertad en esta tierra de España.
“La Junta de Salud Pública viene atender a tan sagrados intereses; acaso el pueblo hubiera aguardado en su angustia un breve momento más; pero la preconcentración de grandes fuerzas en algunos puntos de Andalucía, la dolorosa nueva de que dos magnificas fragatas surtas en este puerto, habrán recibido la orden de salir inmediatamente para Málaga, la sensación que esta descontrolada noticia ha causado entre los Voluntarios de la República de esta ciudad, ante el temor de que pudieran realizarse tan tristes vaticinios, las ultimas medidas adoptadas por el actual Ministro de la Guerra, por las que ha separado del mando de las fuerzas publicas a militares íntimamente adheridos al nuevo orden de cosas; han hecho comprender al pueblo que era llegada la ho! ra de salvar, de constituir definitivamente la República Federal, y que no hacer esto sería tanto como cometer una indignidad que no podemos suponer en ningún pecho republicano donde se albergue y lata un corazón de hombre.
“Esta Junta creería faltar al cumplimiento de un altísimo deber si no hiciera público el dignísimo proceder de un gran pueblo, que sin presión, sin trastorno, sin insultos, sin vejaciones ni atropellos, acaba de realizar uno de esos movimientos que serán siempre su mejor escudo contra la publica maledicencia.
“Se ha puesto en armas porque han creído ver en inminente riesgo la santa causa de la República Federal, y a ofrecerle su más denodado y decidido apoyo van encaminadas todas sus y laudables resoluciones.
“Esta Junta, emanación de la soberanía de las fuerzas populares y que no admite, para que así lo tengan entendido todos, inspiraciones que no sean dignas de la honradez y buena fe de este pueblo cartagenero, esta pronto a castigarde una manera rápida inexorable a cuantos prendan encauzar el movimiento revolucionario por ocultos senderos o arrastrar la pública opinión a excesos que esta junta reprimiría rápida e instántaneamente.
“A que los hombres honrados de todos los partidos se presuadan y convenzan de los buenos deseos que animan a esta junta y de su profundo respeto hacia todas las creencias, van principalmente dirigidas estas manifestaciones. Aquí no hay verdugos ni víctimas, opresores ni oprimidos; sino hermanos prontos a sacrificarse por la libertad y la felicidad de sus conciudadanos.
¡Viva la República Federal! – ¡Viva la Soberanía del Pueblo!
– Cartagena 12 de julio de 1873.
“Presidente, Pedro Gutiérrez. – Vicepresidente, José Banet Torrens. – Vocales, Pedro Roca , José Ortega Cabañate, Juan Cobacho, Pablo Meléndez, Francisco Ortuño, Pedro Alemán, Juan José Martínez, José García Torres, Miguel Moya. – Secretarios, Francisco Mínguez Trigo, Eduardo Romero Germes
Antonete Gálvez, a la derecha, con sus correligionarios
Proclamación del Cantón
Cartagena es sitiada y bombardeada por los centralistas
Entrada en Cartagena de las tropas centralistas que habían sitiado Cartagena
Discurso pronunciado por el Sr. Pí y Margall en el banquete celebrado en el Café de Oriente en conmemoración del décimo octavo aniversario de la proclamación de la República
Queridos correligionarios: No basta que conmemoremos la República de 1873; es preciso que nos sirva de lección y enseñanza. Si incurriéramos mañana en los mismos errores que entonces, recogeríamos los mismos frutos: la República pasaría otra vez sobre la nación como una tempestad de verano. Recordemos, recordemos aquellos días.
El día 11 de Febrero de 1873 ocurrieron en España gravísimos acontecimientos. Un rey, dos años antes elegido por las Cortes, reconociéndose impotente para resistir al oleaje de los partidos, abdicó por sí y por sus hijos. Reuniéronse en una sola Asamblea el Congreso y el Senado, admitieron la renuncia del rey, le despidieron cortésmente y proclamaron la República.
¿Vino la República oportunamente? No; vino a deshora. Habría venido oportunamente si la hubiesen establecido las Cortes de 1869; vino cuando, fatigada la nación por cinco años de luchas, estaba más sedienta de reposo que de nuevos ensayos; vino cuando ardía la guerra civil en el Norte de España y en la isla de Cuba; vino cuando estaba exhausto el Tesoro, tan exhausto, que los radicales habían debido ya suspender el pago regular de los intereses de la deuda. El Gobierno de la naciente República no pudo cumplir las promesas que en la. oposición había hecho: no pudo ni reducir el ejército, ni abolir las quintas, ni disminuir los gastos que iba agravando la guerra. Esto, por de pronto, acredita que no son siempre beneficiosos los cambios ni aun para los que más los anhelan.
Para colmo de mal, el primer gobierno que se creó se componía de federales y de progresistas, de progresistas que eran ayer ministros del rey y hoy ministros de la República. Podrán ser buenas las coaliciones para destruir; para construir, conozco por propia experiencia, que son detestables. Perdíamos el tiempo en cuestiones frívolas, pasábamos a veces horas discutiendo si a tal o cual provincia habíamos de mandar un gobernador federal ó un gobernador progresista. Esto, por lo menos, prueba que no son siempre buenas ni aceptables las coaliciones.
Los progresistas obraron con nosotros de mala fe. Trece días después de proclamada la República promovían una crisis en el seno del Gabinete. Fundábanla en que el Gobierno, por la heterogeneidad de sus elementos, no podía obrar con la rapidez que las circunstancias exigían y en que nosotros no habíamos determinado los límites de nuestro federalismo. En vano les decíamos que, no a nosotros, sino a las futuras Cortes Constituyentes correspondía marcarlos; insistían en llevar la crisis á las Cortes, diciendo hipócritamente que no podía menos de resolvérsela en nuestro favor puesto que era racional y lógico que rigieran la República los republicanos.
Tan hipócritamente hablaban, que al otro día encontramos invadido el ministerio de la Gobernación por cuatrocientos guardias civiles, el palacio del Congreso ocupado por uno ó dos batallones de línea, las cancelas del vestíbulo guardadas por centinelas con la bayoneta en la boca de los fusiles. Por la noche, calladamente, habían nombrado á Moriones general en jefe de Castilla y destituido á los coroneles en que creyeron ver un obstáculo para sus inicuos planes. Hiciéronlo todo de acuerdo con el Presidente de la Asamblea, que se creyó revestido de una autoridad superior á la del Gobierno.
Vencimos, pero vencimos, gracias por una parte, á su cobardía, gracias por otra al vigor de los ministros federales, á la actitud del pueblo de Madrid, a la lealtad de Córdoba, que no dejó de estar nunca a nuestro lado. Constituyóse aquel día un Gobierno casi homogéneo; pero el mal estaba hecho. Se soliviantaron las pasiones populares y hubo en ciudades de importancia conatos de rebelión que no pudo reprimir el Gobierno sin gastar parte de sus fuerzas. Despechados los progresistas, se aliaron por otro lado con los conservadores y se fueron el 23 de Abril á la plaza de Toros con toda la milicia de la monarquía. Aquel complot era algo más serio que el anterior, ya que en él estaba comprometida gran parte del ejército, y generales corno Balmaseda y el duque de la Torre.
Vencimos también, disolvimos la Comisión permanente de la Asamblea y convocamos apresuradamente nuevas Cortes creyendo encontrar en ellas el medio de salvar y consolidar la República. Nos enseñaron y os enseñan hoy todas estas deslealtades cuán poco hay que fiar de los que se adhieren hoy a las instituciones que ayer combatían.
En las Cortes no hallamos, desgraciadamente, lo que esperábamos. Culpa fue, en parte, del Gobierno, que, después de haber dirigido á las Cortes un mensaje en que daba razón de su conducta, dimitió sin esperar á que se aprobasen ó desaprobasen sus actos y se negaron sus más importantes hombres á formar parte del nuevo Poder Ejecutivo. Aquellos hombres servían de freno á la ambición de sus correligionarios; caídos, faltó el freno y las ambiciones se desataron con inaudita furia.
Hubo un mal mayor, y en él debéis fijaros particularmente á fin de que conozcáis el daño que produce en los partidos la discordia. Antes de la proclamación de la República estábamos divididos los federales en dos bandos: los benévolos y los intransigentes: los que creíamos que el curso natural de los sucesos nos llevaba á la República, y los que para conseguirla más pronto querían forzar la marcha de los acontecimientos. Después de proclamada la República, aquella división carecía de motivo. Los dos bandos reaparecieron, sin embargo, en las Cortes y se hicieron la más cruda guerra. Sin que los separara cuestión alguna de principios, discutían acaloradamente, y se combatían como si fuesen los más encarnizados enemigos. esta obcecación y aquel error del Gobierno fueron causas que trajeron de continuo perturbada la Asamblea e hicieron inestable y movediza la suerte de los Gobiernos. Aprended lo que son las discordias que en la oposición se engendran. Se fueron acalorando las pasiones, se llegó á creer que los ministros retardaban de intento la constitución federal del país, y surgió el cantonalismo, otra guerra civil sobre la de D. Carlos y la de Cuba. Por la reacción que á toda acción sucede, cayó entonces el Gobierno en otro error más grave: entregó á generales enemigos las fuerzas de la República. Se buscó á los ordenancistas, á los que no habían sido amigos de sublevaciones ni de pronunciamientos, considerando que habían de ser escudo de la legalidad y no volver nunca sus armas contra las instituciones. ¡Ay! Cuando ocurrió el fatal golpe del 3 de Enero, todos aquellos generales se apresuraron a poner su espada al servicio de los dictadores.
Nuestra caída después del golpe del 3 de Enero no pudo ser más honda. No sólo perdimos el poder y la influencia ganada en muchos años; hombres importantes del partido se separaron de nosotros renegando de las ideas federales que con tanto ardor habían defendido en la prensa, en la tribuna, en el seno de las grandes muchedumbres. Vinieron en cambio á decidirse por la República los progresistas, que no quisieron seguir á Sagasta por el camino de la restauración borbónica; pero, no por nuestra República, si no por esa república unitaria que, como tantas veces os he dicho, no es más que una de las fases de la monarquía. Ganó la República en número, no en fuerzas, que no las da la división en dos distintos campos. Parecía natural que por lo menos progresistas y posibilistas formaran un solo partido. En los principios fundamentales, y aun en los procedimientos para después del triunfo, ambos coincidían. No sucedió así; constituyeron dos partidos, porque los unos querían llegar por la evolución y otros por la revolución á la República.
Los federales también nos dividimos. Nosotros sosteníamos y seguimos sosteniendo que no hay federación donde no se afirma la unidad de la nación por el libre consentimiento de las regiones y la unidad de las regiones por la libre voluntad de los municipios, y otros consideraron hasta sacrílego suponer que necesitase de afirmación una nacionalidad que dicen obra de los siglos. Esta división es posible que sea mucho más profunda: no hemos podido arrancar nunca de nuestros adversarios si entienden que de la nación emanan todos los poderes, incluso los regionales y los municipales, ó si creen, como nosotros, que las regiones y los municipios son por derecho propio tan autónomas como la nación misma, y de ellos emanan, por lo tanto, sus poderes.
Recientemente, por causas que no creo de necesidad recordaros, han venido aproximándose á nosotros hombres importantes del partido progresista, tal vez los de mayor importancia. Apellídanse federales, y proclaman con nosotros la autonomía de los municipios y de las regiones. han constituido estos hombres la agrupación centralista, y por de pronto han tenido la fortuna de concentrar y reunir fuerzas desparramadas que, lejos de dar vigor, debilitaban á los partidos de la República. ¿Habría sido en nosotros prudente alejarlos ni mirarlos con desvío? ¿No teníamos, por lo contrario, el deber de ofrecerles nuestra amistad, y aun de procurar que más ó menos tarde llegáramos á fundirnos en un solo cuerpo? Yo estuve siempre por la formación de grandes partidos, primeramente por la fuerza que consigo llevan, luego porque imposibilitan el desarrollo de desatentadas y locas ambiciones y dan á cada cual el puesto que le corresponde según sus virtudes y sus talentos.
Yo, advertidlo bien, no he de consentir jamás la abdicación de ninguno de los principios que constituyen nuestro dogma. Si entre los centralistas y nosotros los principios son o llegan a ser idénticos, tendré á gran fortuna que ellos y nosotros constituyéramos un solo partido; si algo nos separa, y es más lo que nos une, celebraré todavía estar con ellos en cordial inteligencia. La autonomía política, administrativa y económica de los municipios y las regiones, ¿no seria acaso vínculo suficiente para que estuviéramos cordialmente unidos?
Inteligencia la quiero yo también con los demás partidos republicanos. Discutamos todos de buena fe nuestras respectivas ideas, busquemos las razones que les sirvan de fundamento, veamos por serios debates si podemos llegar a común convicción, ya que no en todos, en los más de nuestros principios. ¿Perderemos algo en estas discusiones? Del choque de contrarias ideas brota la luz para los entendimientos.
No se trata ya de discutir en la prensa ni en la tribuna, sino en los campos de batalla, dicen algunos republicanos. Cansado estoy de repetir que no creo que por las vías legales pueda llegarse á la República. Por el Parlamento no se llega aquí ni siquiera á un mal cambio de Gabinete. No hay posibilidad de llegar por estos caminos á mudanza alguna, ínterin los gobiernos, para conseguir el triunfo de sus candidatos, no vacilen en recurrir á la coacción y la violencia. ¿Quiere decir esto que hayamos de fiar a la sola fuerza de las armas el triunfo de la República? Si así es, ¿por qué escribimos periódicos? ¿Por qué celebramos reuniones públicas? ¿Por qué nos asociarnos públicamente y no vacilamos en hablar bajo el receloso oído de los delegados del Gobierno? ¿Por qué hemos acudido hoy á las urnas v acudían antes los correligionarios de muchas ciudades para conseguir cargos concejiles y diputaciones de provincia? Si de la sola fuerza debemos esperar el poder, están vetados para nosotros todos estos medios de propaganda.
Si somos verdaderos revolucionarios, no debernos alardear de tales ni en casinos, ni en clubs, ni en lugares públicos. Debemos preparar las revoluciones en lugares donde no nos oigan ni nos vean nuestros enemigos. ¿Qué significa estar constantemente con la revolución en los labios y no en las manos? ¿Qué significa amenazar siempre para no dar nunca, prometer lo que no se ha de cumplir, fascinar al pueblo con ilusiones que ha de ver mañana desvanecidas? ¿Es esto de hombres serios?, ¿es de hombres dignos?
Las revoluciones, las verdaderas revoluciones, las trae, más que la voluntad de los hombres, el curso de los acontecimientos. Lucharon los progresistas del año 1843 al 1854 y nunca vencieron. ¿Quién vino a facilitarles el triunfo? Uno de sus capitales enemigos, el general O’Donnell. Lucharon del año 56 al 68, y siempre fueron vencidos. ¿Quién les facilitó la victoria? Topete, que había sido ministro de Narváez; Serrano, que ya el año 44 los había abandonado. Y cuenta que del 1843 al 1854 habían tenido á su frente los progresistas un general como Espartero, que había forzado el puente de Luchana y puesto fin á una guerra en los campos de Vergara, y del 56 al 58 un general como Prim, que ejercía grande influencia en el ejército por sus legendarias proezas en las costas de Africa.
Pueden venir acontecimientos como los del año 54 y el año 68, y para cuando lleguen bueno es que viváis apercibidos; mas es impropio de hombres hacer en todo tiempo y sazón alarde de revolucionarios. Los que tal hacen me producen el efecto de esas mujeres perdidas que hablan constantemente de una honradez que no tienen.
Tened fe en las ideas, propagadlas y difundidlas hasta que constituyan el ambiente que respiramos los españoles. Os hablan de que la propaganda está hecha. Ved lo que ha sucedido en las elecciones. Hemos triunfado en las ciudades populosas, cuando no material, moralmente. Los que nos han perdido son esos pueblos rurales a que no ha llegado aún la voz de nuestros correligionarios, pueblos tan ignorantes como débiles, que doblan sumisos la cabeza á los caciques y á los agentes del Gobierno. Ya saben lo que han hecho los que los han adscrito á las ciudades y á los grandes centros fabriles: por sus votos, dados ó malamente repartidos, han contrarrestado los de las ciudades.
Propagad las ideas, difundidlas y, si verdaderamente deseáis el triunfo de la República, sed disciplinados, no promováis nunca entre vosotros la discordia. Dirigid vuestros ataques á los enemigos, no á los amigos ni á los que estén en las lindes de vuestro campo. Para todo fin inmediato y concreto no vaciléis en aceptar ó buscar el apoyo de los demás republicanos. Huid sólo de las coaliciones permanentes.
Las coaliciones permanentes, os lo he dicho repetidas veces, no sirven sino para enervar á los partidos que las forman. ¿Lo dudáis? Ved lo que ha sido esa que llamaron coalición de la prensa y tomó después el pomposo nombre de Asamblea nacional republicana. Os prometió que os traería pronto la República: ¿os la ha traído? Decía que se bastaba sola para vencer á nuestros enemigos: ¿los ha vencido? Observad ahora la conducta de los pocos federales que con ella fueron: ¿han roto lanzas como antes por la federación que nosotros defendemos? ¿Los habéis visto en vuestros meetings salir á la defensa de nuestros principios? ¿Publican en sus periódicos nuestros discursos ni nuestros acuerdos? ¡Oh, no! Toda su labor consiste en manchar de lodo la frente de los federales.
Ya los habéis visto en las últimas elecciones. Ellos, que se llamaban coalicionistas por excelencia, fueron los únicos que se negaron á coligarse con nosotros para batir á la monarquía en su propia corte. Huid, sí; huid de esas vergonzosas coaliciones. Coaligaos para hacer algo que las circunstancias demanden, no para convertir la coalición en una sociedad de aplausos mutuos.
Conseguido el fin de la coalición, la coalición debe deshacerse á fin de que cada partido recobre la libertad de que necesita para la defensa de sus particulares principios. La hicimos para las elecciones: con las elecciones ha concluido. Trabajemos ahora todos con fe y con decisión por nuestras doctrinas, y llegaremos al deseado triunfo de la República. La monarquía tiene extenuadas sus fuerzas: no puede salir de Cánovas y de Sagasta. Cuando quiere constituir un ministerio como el de Martínez Campos ó el de Posada Herrera, tiene ministerio por tres meses; sólo con Cánovas ó con Sagasta lo tiene por años.
No es impacientéis: como tengáis prudencia y decisión, llegaréis á la suspirada meta.
Francisco Pi y Margall
El Nuevo Régimen (semanario federal)
Madrid, 11 de Febrero de 1891
Una opinión sobre “Historia de la Revolución Cantonal”
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